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Nació en Fontiveros (Ávila) y su nombre original era
Juan de Yepes. Estudió en la Compañía de Jesús, pero ingresó en la Orden de los
carmelitas en 1563, y cursó estudios en la Universidad de Salamanca hasta que
fue ordenado sacerdote en 1567.
Su compatriota, Teresa de Jesús, le integró en el
movimiento reformador iniciado por ella, y editó sus obras. En 1568, Juan de la
Cruz fundó el primer convento de Carmelitas Descalzos, los cuales insistían en
la contemplación y la austeridad extremas.
Sus intentos de reforma monástica, y su actividad
incansable como propagandista, le hicieron sufrir prisión en Toledo, en 1577,
durante la cual compuso, según la tradición, los versos del Cántico
espiritual y algún otro poema. Al igual que Santa Teresa, tuvo que
sobreponerse, a fuerza de voluntad, a la debilidad física de una naturaleza
enfermiza, agravada por los extremos ayunos.
Huyó de la cárcel y se refugió en un monasterio.
Posteriormente continuó la obra de la Reforma carmelitana, fundando diversos
conventos.
En 1584 inauguró el convento de Granada, y terminó el Cántico
espiritual y la Subida del Monte Carmelo, y escribió la Noche
oscura del alma y la Llama de amor viva, que constituyen toda su
obra.
Los últimos años de su vida fueron los más apacibles,
entregado, después de las batallas de la juventud, a la soledad. En ella se hallaba
muy bien, según escribe, cuando murió en Úbeda en 1591. Canonizado en 1726, y
declarado doctor de la iglesia en 1926, es, sin la menor duda, el poeta místico
más importante de la lengua española.
A diferencia de otros místicos, vida y obra están disociadas
en él, pues se ocupó exclusivamente de su experiencia interior, sin que
aparezca lo personal.
En su poesía aparece reflejado lo sensible en imágenes
luminosas que transforman la naturaleza en símbolo, con objeto de comunicar una
experiencia espiritual casi inenarrable. Consigue así un misterio verbal
inconmensurable por medio de unas liras inconexas y unas imágenes delirantes
que dejan al lector tan confundido como lo estaba su autor, que con este
procedimiento transmite eficazmente los estados de arrobamiento místico.
Para hacer más comprensibles sus versos, Juan de la
Cruz añade algunos comentarios en prosa que le convierten en uno de los
teóricos del misticismo más importantes.
Su poesía se centra en la reconciliación de los seres
humanos con Dios a través de una serie de pasos místicos que se inician con la
renuncia a las distracciones del mundo.
Consta tan sólo de tres poemas cortos que, en
ocasiones, alcanzan la perfección al concentrar, con la máxima espiritualidad,
la vehemencia erótica de un amor inefable. De hecho, con objeto de
espiritualizar el mundo sensible, Juan de la Cruz llega a extremos donde
necesita recurrir a imágenes de una sensualidad ardiente.
La crítica ha destacado, además, la unión que realiza
de dos tradiciones, una bíblica y otra italiana que le llega a través de
Garcilaso de la Vega. También se ha señalado la riqueza y variedad de su
léxico, sorprendente dentro de una obra tan breve, pero que explota a fondo las
posibilidades de fervor religioso y estético que inspira el misticismo español,
al que lleva a cumbres inalcanzables.
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