JESÚS EL CRISTO, SEGÚN SIVANANDA (Senda Divina)
La sencillez y fuerza de las palabras de Jesús.
El modo en que Jesús vivió y enseñó fue simple, aunque sublime. Su manera de enseñar era extraordinaria. Jesús no era un estudioso académico. No podía alardear de títulos ni doctorados. No era un Pundit, o erudito. No poseía ninguna pericia o maestría sobre ningún tipo de arte práctico o ciencia. No se dedicaba a la oratoria grandilocuente ni a dar sermones eruditos desde un púlpito. Cuando hablaba, lo hacía brevemente y empleando pocas palabras. Sus expresiones eran breves, enérgicas y casi aforísticas. Pero sus palabras vibraban con un poder extraordinario que no pertenecía a este mundo. Las palabras de Jesús eran vitales y ardientes. Se encendían hasta en lo más profundo de la conciencia de quienes le escuchan. ¿Por qué razón?
Cuando Jesús hablaba, sus santas palabras provenían de las profundidades de un amor ilimitado y de una compasión infinita y divina, que emocionaban una y otra vez a quienes le escuchaban, haciendo surgir en ellos un deseo poderoso, que les consumía, de hacer el bien a los hombres, de servirles, ayudarles y salvarles. Esta compasión por purificar, elevar y salvar a la humanidad constituye verdaderamente el Sagrado Corazón de Jesucristo. Ese amor avivaba sus palabras con una fuerza divina, que las hacía permanecer por siempre en los corazones de quienes tuvieron la fortuna de escucharle.