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Agustín se educó como retórico en las ciudades
norteafricanas de Tagaste, Madaura y Cartago. Entre los 15 y los 30 años de
edad vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con la que en el
año 372 tuvo un hijo, Adeodatus, que en latín significa ‘regalo de Dios’.
Inspirado por el tratado filosófico Hortensius,
del orador y estadista romano Marco Tulio Cicerón, se convirtió en un ardiente
buscador de la verdad, estudiando varias corrientes filosóficas antes de
ingresar en el seno de la Iglesia.
Durante nueve años, desde el 373 hasta el 382, se adhirió al maniqueísmo, filosofía
dualista de Persia muy extendida en aquella época por el Imperio romano de
Occidente.
Con su principio fundamental de conflicto entre el
bien y el mal, el maniqueísmo le pareció una doctrina que podía corresponder a
la experiencia y proporcionar las hipótesis más adecuadas sobre las que
construir un sistema filosófico y ético.
Además, su código moral no era muy estricto; Agustín
recordaría posteriormente en sus Confesiones: “Concédeme castidad y
continencia, pero no ahora mismo”. Desilusionado por la imposibilidad de
reconciliar ciertos principios maniqueístas contradictorios, abandonó esta
doctrina y dirigió su atención hacia el escepticismo.
Hacia el 383 se trasladó de
Cartago a Roma, pero un año más tarde fue enviado a Milán como maestro de
Retórica. Aquí se movió bajo la órbita del neoplatonismo y conoció también al
obispo de la ciudad, san Ambrosio, uno de los eclesiásticos más distinguidos en
aquel momento.
Fue entonces cuando se sintió atraído de nuevo por el
cristianismo. Un día, por fin, según su propio relato, creyó escuchar una voz,
como la de un niño, que repetía: “Toma y lee”.
Sintío esto como una exhortación divina a conocer
las Sagradas Escrituras y leyó el primer pasaje que apareció al azar: “... nada
de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de rivalidades
y envidias.
Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no os
preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias” (Rom. 13, 13-14).
En ese momento decidió abrazar el cristianismo. Fue bautizado con su hijo
natural por Ambrosio la víspera de Pascua del año 387. Su madre, que se había
reunido con él en Italia y que moriría poco después en Ostia, se alegró de esta
respuesta a sus oraciones y esperanzas.
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