Purifícame, Señor,
de mis pecados secretos
y perdona a tu siervo los ajenos.
Estos pecados secretos son tres: el acto ilícito, la intención falsa y el afecto impuro.
La obra mala mancha la memoria;
la intención falsa, la razón o la mente;
y el afecto impuro, la voluntad.
La memoria se purifica con la confesión, la mente con la lectura, y el afecto o voluntad con la oración.
Estarás limpio de los ajenos si no insultas, si no te alejas, si no consientes y si no disimulas.
La justicia exige no consentir y resistir con firmeza;
la fortaleza, no abandonarte y tolerar con paciencia los defectos del prójimo;
la templanza, no insultarle y compadecerse de él con mansedumbre;
y la prudencia nos pide no disimular,
sino procurar con todo empeño que desaparezca el mal.
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