JESÚS EL CRISTO, SEGÚN SIVANANDA (Senda Divina)
La Vida de Jesús
Jesús fue la encarnación de sus propias enseñanzas. En Él podemos contemplar la santidad, bondad, amabilidad, misericordia, dulzura y justicia perfectas. El dijo: «Yo soy la Verdad, el Camino y la Vida». Fue la encarnación de todo lo mejor, lo más sublime y lo más bello. Constituye el modelo o ideal más perfecto de la humanidad. Fue un filósofo, profeta, preceptor y reformador. Siempre practicaba cuanto enseñaba.
Sobre la personalidad tan sublime de Jesucristo descansaba, como un manto divino, una pureza inmácula y casi sobrenatural. Su vida fue una bella combinación de Ñana, Bhakty y Karma. El ideal del desarrollo integral de la cabeza, el corazón y la mano, hizo de su vida un modelo para que la humanidad lo imite durante toda la eternidad.
Cristo era siempre consciente de su identidad inseparable con el Ser Supremo. Sin embargo, la devoción y el amor profundos hacia el Dios personal también encontraban constantemente expresión en él en forma de oraciones, alabanzas y ensalzamiento. En su vida diaria, Jesús era la verdadera personificación del espíritu del Karma Yogui. Su vida entera, fue un continuo ministerio hacia los afligidos. Sus pies se dirigían sólo hacia donde su ayuda fuese requerida. si sus manos se movían, lo hacían sólo en ayuda del afligido y del oprimido. Su lengua hablaba sólo para proferir palabras suaves y dulces de compasión, consuelo, inspiración e iluminación.
Con el solo brillo de sus ojos yóguicos y luminosos, Jesús despertaba, elevaba y transformaba a todos aquellos hacia quienes dirigía su mirada. Sentía, pensaba, hablaba y actuaba sólo para el bien de los demás. Y en medio de todo ello, experimentaba conscientemente e ininterrumpidamente la frase: «Yo y mi Padre somos uno». Su vida fue la de un sabio en Sahaya Samadhi.
La vida de Jesús manifiesta un heroísmo silencioso, aunque supremo, ante la oposición, persecución e incomprensión más radicales. Él dio ejemplo de cómo el aspirante rechaza las tentaciones en el sendero espiritual. Mucho antes del drama externo de la crucifixión, Jesús se había ya crucificado a sí mismo voluntariamente, aniquilando al ser inferior y viviendo una vida puramente divina.
Jesús era el mismo Dios. La Sagrada Escritura nos lo recuerda una y otra vez. Sin embargo, ¿por qué tuvo que padecer tanta persecución y sufrimiento? ¿No podía acaso haber arrasado a sus enemigos con el simple ejercicio de su voluntad divina? Sí, pero la encarnación suprema del amor que era Jesús deseaba que su propia vida fuese un ejemplo a seguir por las gentes. Por ello, se comportaba como cualquier otro ser humano, dando ejemplo al hacerlo así, durante su corta y memorable vida.
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